Día del Periodista

Aprendí a leer y a escribir a los 5 años, gracias a la que biológicamente no era mi abuela, pero quien se tomó ese papel y yo el de nieto. Debido a que, por la época, ella ya era septuagenaria – razón por la cual se le dificultaba ver apropiadamente –, aprovechó muy bien lo que me enseñó y todos los días me hacía leerle Prensa Libre, El Impacto y La Hora. Sin quererlo, me estaba convirtiendo en un ávido lector y en un amante de los periódicos.

Leí noticias de todo tipo, algunas no apropiadas para alguien de mi edad, pero lo que más acaparaba mi atención eran las columnas de opinión. Leí a cuanto columnista se le ocurría a mi abuela; sin embargo, dos me marcaron: Clemente Marroquín Rojas y Álvaro Contreras Vélez. Su manera clara y desenfadada de escribir o, dicho en buen chapín, a calzón quitado, hizo que sus columnas fueran como el Catecismo para mí.

Escribían con sinceridad, con convicción. Creían en sus ideales, los defendían y se arriesgaban por ellos. Eran la voz de los sin voz. Queridos y odiados. Nunca quedaron bien con nadie. Ni con militares ni con guerrilleros. Ni con ricos ni con pobres. Ni siquiera con la Iglesia. Simplemente decían lo que pensaban ¡y qué!

Como ellos había varios. Era una época en la que se tenía mucho que decir debido al conflicto armado interno, y quienes habían abrazado la profesión periodística creían que su deber era difundir lo que consideraban la verdad sin importar lo que costara, y eso era lo que reflejaban los diarios y las radiodifusoras; tiempo después, la televisión.

Incluso en lo deportivo, gente como Mario Ferretti, Humberto Arias Tejada, Adolfo Álvarez Vega y Pepe Mancilla, por citar algunos, tenían los pantalones bien puestos para desnudar lo que fuera. Dirigentes, entrenadores o atletas que incurrían en algún acto anómalo eran señalados con nombre y apellido, porque quienes lo hacían eran periodistas que se habían encargado de escudriñar a fondo antes de publicar algo para no caer en la calumnia o en la difamación.

Pasó el tiempo. Tres «cienes» en igual número de años en la cátedra de idioma español en el nivel básico, me dieron a entender que lo mío era eso. Desde que dejé ese ciclo para entrar al diversificado, mi sueño era verme atrás de una máquina de escribir o de un micrófono. Quería investigar, saber lo que otros no sabían y ser yo quien lo hiciera público.

La oportunidad me llegó en 1988 de la mano del periodista Ernesto Sapper Tobías, quien compartió conmigo sus conocimientos sin egoísmo alguno. Gracias a él conocí a profesionales de la comunicación que, de la misma manera, aportaron a mi acervo, sin temer que con el tiempo podría convertirme en aquel que los sustituyera en el puesto.

Gente como Héctor Cifuentes Aguirre, Sammy Monterroso Mirón, Roberto Monroy Peralta, Jorge López Selva, Carlos García Urrea, José Eduardo Zarco Bolaños, Jaime Córdova Palacios y Miguel Ángel Méndez Zetina, por citar algunos, fueron de esos maestros. Quizás por eso me siento muy seguro de mí mismo, porque sé que aprendí de personas que sabían el oficio. Sin duda, mucho más que en la universidad.

Como quien dice nada, he pasado 29 años en los medios de comunicación o vinculado a los mismos, y he visto, con preocupación y tristeza, cómo han cambiado las cosas.

En este Día del Periodista, en este 30 de noviembre que considero muy mío, esperaré a que mi hada madrina se aparezca y con su varita mágica vuelva todo a su estado original.

Que quienes ejerzan el periodismo sean personas comprometidas con la profesión, con la verdad, con el pueblo.

Que quienes ejerzan el periodismo sean periodistas y no se hagan llamar tales y pongan en entredicho a los que sí luchamos por serlo, amén de nuestros errores.

Que quienes ejerzan el periodismo sean imparciales y no mezclen su ideología política con el trabajo en detrimento del medio que los contrató.

Que quienes ejerzan el periodismo aprendan de los más experimentados para que la profesión no quede en manos de mediocres.

Que quienes ejerzan el periodismo sean humildes y reconozcan sus errores, para que su orgullo no los golpee en la cara.

Que quienes ejerzan el periodismo amen a Guatemala más que a ellos mismos.

Hoy, más que nunca, la patria lo necesita.

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